noviembre 23, 2024

Los Juegos Olímpicos y la cara dura

La dicha comisión –o mejor escrito–, su titular, navega en los anchos mares de la impunidad gracias a la protección del presidente de la República quien la favorece con su simpatía. Inexplicablemente, pero es una de sus consentidas.

Por Rafael Cardona

Algunos le llaman cinismo. Otros simplemente cara dura.

En el caso de Ana Gabriela Guevara, cabeza (¿?) de la Conade, simplemente impunidad.

Señalada por decenas de irregularidades la Comisión Nacional del Deporte, en manos de Ana Gabriela Guevara ha acumulado en este sexenio observaciones suficientes para llenar un catálogo tanto de la Auditoría Superior de la Federación como de la secretaría de la Función Pública y hasta la Fiscalía General de la República.

La dicha comisión –o mejor escrito–, su titular, navega en los anchos mares de la impunidad gracias a la protección del presidente de la República quien la favorece con su simpatía. Inexplicablemente, pero es una de sus consentidas.

Por eso la señora Guevara, quien jamás habría logrado nada en el deporte si no fuera por los auxilios económicos del gobierno de Sonora –cuando cambió el basquetbol por el atletismo–, por decisión del entonces gobernador Manlio Fabio Beltrones, ha olvidado la modesta condición de sus comienzos y se ha subido al pedestal de la militancia morenista, quizá porque fue su único camino al oro. En medalla olímpica, jamás pudo conseguir uno.

En las actuales condiciones el deporte mexicano sigue siendo mexicano; es decir, de medio pelo, de media tabla o de tabla inferior. Ya se sabe, la palabra mexicano –en cualquier actividad–, no es un gentilicio, es un adjetivo.

Quizá haya una gran variedad de factores, cuya diversidad sobrepasa la dimensión de esta columna y de este periódico entero, si fuera necesario hacer un relato detallado de ellos, pero los resultados nos hacen un país maicero en busca siempre del garbanzo de a libra y la golondrina sin verano. Los deportistas hacen su esfuerzo, pero nadie los respalda. Hay excepciones; no sistema.

Y para las tristes condiciones del subdesarrollo, cuya inopia es proporcional a la estulticia de la señora Guevara (en lo cultural y moral, quiero decir, porque para otras cosas atesora sabiduría a raudales), bastante hacen quienes logran siquiera llegar a las clasificaciones para competir en los juegos.

Si además de sostener sus gastos –entrenamiento, desplazamientos, equipo, entrenadores y demás–, mediante la poca deportiva actividad sugerida por la trotona ANG, de vender calzones se les van a pedir resultados de oro, ya todo resulta doblemente surrealista. Y triplemente vergonzoso.

Pero el colmo de la desvergüenza –aunque no cause extrañeza– es frenar las carreras deportivas de jóvenes ilusionados y después censurar a la representación olímpica por sus escasos resultados.

No es este, por otra parte, el único ejemplo de cinismo oportunista de la señora Guevara. Cuando el dedo prodigioso la señaló para ocupar un escaño en el Senado, se convirtió en un jarrón chino.

En el colmo de no saber dónde ponerla, le entregaron la Comisión de Asuntos Migratorios, tema también desconocido para ella. Como todo lo demás, incluido el fomento deportivo.

Hoy disfruta de los juegos olímpicos en la mejor de todas las especialidades deportivas: la burocracia de los gastos pagados, el primer sitio en el podio de los viáticos. En eso sí logra medalla de oro hasta cuando no hay juegos. O de perdida de plata en la célebre Tour D’Argent, siempre y cuando alguien de su séquito le explique el menú.

TIRESIAS

Escandalizados por el travestismo y al amplísima diversidad sexual escenificada en la carnavalesca ceremonia de apertura olímpica (perfectamente de acuerdo con la actitud epatante de la intelectualidad francesa de todos los tiempos), no tuvieron tiempo para recordar aquella obra teatral de Apollinaire, “Las tetas de Tiresias”, precursora del movimiento surrealista (otro mayúsculo juego de pedantería), escenificada en París en el 1917, en plena Primera Guerra Mundial.

La enorme “boutade” de la fiesta inaugural se encontró con la incomprensión de quienes tomaron en serio la escenificación de bacanales paganas y las confundieron con la Última Cena, como en aquel filme surrealista en el fondo de Buñuel, “El ángel exterminador”.

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