El último grito desde el Palacio
Rafael Cardona
Antes de comenzar propongo una división, una separación entre el contenido de estas palabras: poder y gobierno; condición perdurable y encargo administrativo en la cima.
En las actuales condiciones, no importa lo porvenir en el próximo octubre, Andrés Manuel L.O. puede dejar el cargo sin perder el poder. Para comenzar, el poder político en el partido donde sin nepotismo alguno (eso es cosa de neoliberales corruptos), ha puesto a su hijo para controlar las huestes. Organización, se llama su secretaría.
Debo confesar una limitación. Durante muchos años busqué las palabras exactas para definir al presidente en su relación con el poder. La palabra ambición le queda chica.
La descripción propuesta por él mismo, de no ser un “ambicioso vulgar”; lo pondría automáticamente en el catálogo de los ambiciosos “de clase”. Sólo él sabe el significado de ese galimatías.
Pero leyendo la novela “Sobre los huesos de los muertos” muy ad hoc para estos días) de la polaca Olga Tukarchuk, premio Nobel 1918, encontré una definición suya sobre un personaje autocrático. Describe, por fin, mi punto de vista sobre Andrés Manuel:
“…sólo una cosa le movía en la vida: la realización consecuente y a toda costa de sus deseos…”.
No sé si ese podría ser su epitafio: aquí yace un hombre cuya vida fue lograr a toda costa sus deseos. Aunque él preferiría, obviamente algo semejante a esto: “un hombre cuya vida fue cumplir los deseos del pueblo.”
Pero no pretende esta columna hablar de imaginarios y por fortuna muy lejanos textos sobre una lápida.
Lo llamativo es la ceremonia del Grito en esta noche, inolvidable por muchos motivos, especialmente porque por primera vez en la vida, la costumbre de vitorear a los héroes con la tremolante bandera desde los balcones de alcaldías, casas de gobierno o el Palacio Nacional, estará mutilada por una violencia generalizada en varios estados–, frente a cuya ebullición el gobierno no ha servido para nada.
En lugar de desarrollar en el sexenio una verdadera estrategia de combate al crimen organizado o casual, se dedicó a repetir discursos vacíos sobre las causas y la injusticia; la represión vedada, los buenos sentimientos de los criminales a quienes se quiso atemorizar acusando su comportamiento con las madres y las abuelitas.
Todavía anteayer el señor presidente dijo algo apabullante. Increíble no sólo por su torpeza sino por su falsedad en todos los sentidos.
– ¿Tiene arreglo este choque entre los grupos de narcos?, se le preguntó.
“Si, si tiene arreglo”.
-¿Cómo?
“Con presencia de las Fuerzas Armadas para cuidar que no haya enfrentamiento, para cuidar a la población y también ellos deben de actuar con un mínimo de responsabilidad, es su familia, son sus paisanos, es su municipio, es su estado, es su País. Esto se desajusta a partir de la detención o del secuestro del señor Zambada, él mismo, incluso en su carta recomienda que no haya violencia y todos debemos de estar pidiendo que no haya violencia”.
Cuando un jefe de Estado apoya sus capacidades en las palabras disuasivas de un narcotraficante mayúsculo, preso en los Estados Unidos, reduce su condición a dimensiones minúsculas.
-¿Mientras persista la percepción de que un grupo traicionó al otro, también persiste el riesgo del ajuste de cuentas?
–“Sí, pero tienen que buscar otras formas, que no perjudiquen a la gente inocente”, pidió.
“Esto se desajusta a partir de la detención o del secuestro del señor Zambada”.
¿Detención? ¿Quién lo detuvo?
¿Secuestro? ¿Quién lo secuestró?
Pero nada de eso limita su poder. La ceremonia del viernes en el Altar a la Patria –hablando de secuestros– tuvo como invitada a la presidenta electa y de paso sirvió hasta para la obligatoria armonía conyugal.
¿Y?