Sísifo en la política migratoria
Por Rafael Cardona
Todos sabemos la historia de Sísifo, ese personaje mitológico cuyo castigo eterno fue subir una roca a la cima del monte, para verla rodar cuesta abajo al llegar a la cumbre. Una y otra vez.
Así es la relación entre México y los Estados Unidos.
Por más como los americanos intentan ampliar el control sobre su frontera sur y endosarle a México parte de su imaginaria solución, los mexicanos hacen como si hicieran cuando en verdad no hacen nada, excepto abrir las compuertas de la viscosa saliva de los discursos redentores y aceptar algunas de las instrucciones del imperio amenazado a cambio de ciertas ventajillas.
Por eso en estos últimos días se efectúa la quinta o sexta visita a México de Blinken y otros funcionarios estadunidenses, cuya sabiduría para nada sirve, excepto para llenar documentos de advertencia ante el problema. Los demócratas de Joe Biden, tienen una absoluta reprobación en este punto. Tanto como para no hallar otra salida, sino instigar al gobierno de México para lograr aquí la inexistente e imposible solución allá.
A Sísifo ya se le cayó la piedra. Otra vez.
Odiosa y también impráctica, pero al menos clara, la política migratoria de Trump: cerrar la puerta, ha sido la única firme y eficaz, así sea parcialmente. DT, movilizó más de diez mil soldados para cumplir con su estrategia. Y no fueron soldados suyos, fueron nuestros, cuando México se dobló en cinco minutos ante el amago de tarifas progresivas al comercio.
México ha querido separar en sus negociaciones con Estados Unidos la naturaleza de los problemas: por una parte los asuntos criminales (fentanilo, drogas, tráfico de armas, etc) y por la otra; en diferente compartimiento, las medidas humanitarias sobre la migración. Los demócratas hacen como si lo aceptaran y para lograr una cosa (no lograda), presionan por la otra (tampoco conseguida).
Los republicanos creen en la integridad el problema: todo el mundo es una amenaza para su país. Ya el peligro ha llegado a extremos insuperables e intolerables: los migrantes amenazan –dicen los supremacistas–, la pureza de la sangre estadounidense. ¿Cuál pureza tiene una nación militarista y expansionista a toda costa?
Pero en esas condiciones México exhibe sus carencias: no tenemos (tampoco) una política migratoria ni en lo interno ni en lo binacional. Alojamos cubanos, venezolanos y cualquier excedente de las naciones del populismo lopezobradorista en América Latina, pero eso no es una política de Estado, es una maniobra estratégica. Los dejamos llegar (como a los de Ciudad Juárez) y luego los encarcelamos y dejamos morir en una hornaza.
Si no queremos revisar los resultados de las más recientes conversaciones entre Blinken y López Obrador no es necesario. Basta con leer lo dicho en el 2021 por el propio Blinken: el mismo rollo:
“… las conversaciones sobre la nueva cooperación en materia de seguridad pueden verse eclipsadas por las preocupaciones en materia de inmigración.
El aumento en el número de inmigrantes haitianos y latinoamericanos que llegan a la frontera entre Estados Unidos y México sumió el mes pasado al gobierno de Biden en otra crisis (eso fue en agosto de hace dos años) y subrayó la dependencia que tiene Washington de México para ayudar a frenar el flujo de personas…”.
El dicho mueve a risa: “¿la dependencia que tiene Washington de México para ayudar a frenar el flujo de personas?”.
¿Y quién le dijo a este caballero tal sandez?
Hay dos ayudas posibles.
Una, es adoptar el problema. Si México se quedara con los migrantes en su territorio, pero ellos no quieren eso. No les interesa abandonar el subdesarrollo de sus patrias, para venir a pasar las de Caín en el subdesarrollo mexicano.
La otra es la “tradicional” en este gobierno: frenar el paso. Hacerle el trabajo a la “migra”, aunque ahora en Texas, toda autoridad es autoridad migratoria.
Lo demás, es puro bla, bla, bla…