Uno nunca sabe nada
Por Rafael Cardona
Ojalá y allá en la nebulosa distante donde se encuentre su espíritu no lleguen estas líneas suyas, porque de seguro a Efraín Huerta no le gustaría ni tantito el muso si autorización de sus versos en la prosaica necesidad de un discípulo sin aprendizaje, por lo visto, pero vayan pues estos versos esplendorosos cuya lucidez tiene a un tiempo la luz de una desesperanza y la claridad de una blasfemia:
“Uno pierde los días, la fuerza y el amor a la patria, el cálido amor a la mujer cálidamente amada, la voluntad de vivir, el sueño y el derecho a la ternura; uno va por ahí, antorcha, paz, luminoso deseo, deseos ocultos, lleno de locura y descubrimientos, y uno no sabe nada, porque está dicho que uno no debe saber nada, como si las palabras fuesen los pasos muertos del hambre o el golpear en el oído de la espesa ola del vicio o el brillo funeral de los fríos mármoles o la desnudez angustiosa del árbol o la inquietud sedosa del agua…
“Hay en el aire un río de cristales y llamas un mar de voces huecas, un gemir de barbarie, cosas y pensamientos que hieren; hay el breve rumor del alba y el grito de agonía de una noche, otra noche, todas las noches del mundo en el crispante vaho de las bocas amargas…”.
Muchas de estas imágenes nos hieren hoy a los mexicanos porque a pesar de los hechos contundentes de hace una semana apenas, muchos viven en el estupor paralizante, no de una derrota política, sino en medio de la más absoluta incomprensión de una nueva realidad. O lo más grave, de la explosión de una realidad viva desde siempre, pero adormecida en medio de los otros sueños, los del México Bronco, cuyos ojos jamás habíamos mirado tan de cerca.
No, no se trata del efecto de la “Revolución de las conciencias”; no. Esas son palabras huecas para justificar quehaceres personales.
Se trata de un mayúsculo giro de 360 grados. No de 180, como suele suceder cuando las cosas cambian. Hoy estamos en l976 –por dar un ejemplo, más o menos cercano–, el Ejecutivo es propietario de voluntades en los congresos estatales, la asamblea federal, el Pacto de la Federación, los gobiernos estatales, el partido, el Ejército, la Marina y todo cuanto florezca o se seque sobre la faz del territorio.
– ¿Eso es progreso? ¿Eso es involución? Ninguna de las dos cosas, es el cambio de piel de la serpiente mientras el águila duerme. La víbora sigue siendo la misma, no importa si en el monte deja el zurrón reseco de un pellejo inservible. El águila también pelecha.
Ya no se trata saber si la sombra del caudillo nos tapa la luz del sol, eso es lo de menos. Tampoco importan los liderazgos mesiánicos ni el país de un solo hombre ni cambian de nombre los estilos o si se asemejan el nacionalismo revolucionario con el humanismo mexicano o la doctrina de segundo piso con cuyo enunciado nos expliquen afanes y pretextos para una ingeniosa etapa de la política llamada Cuarta Transformación; no.
Importa darnos cuenta de cómo las vueltas del tiempo nos confunden y nos repiten y nos hacen ver el mismo rostro pero en diferente espejo.
Hoy la realidad anda en busca de una nueva pila bautismal porque nadie quiere, a fin de cuentas, ser plato de segunda mesa ni transformación de segundo piso o vagón de segunda.
La enorme concentración de poder conlleva la transformación personal. Nadie resiste tal dosis de estamina en las venas ni es en balde subir a una cima tan alta y tan cerca de las estrellas.
Por lo pronto repito:
“Hay en el aire un río de cristales y llamas, un mar de voces huecas, un gemir de barbarie, cosas y pensamientos que hieren…”, porque ni los vencedores saben qué van a hacer.