noviembre 22, 2024

De aquellos hornos… A las mazmorras convertidas en Estancia Migratoria del INM

Luego de la muerte de los 40 migrantes, hoy, uno de sus compañeros en desgracia, es señalado como responsable.

La desgracia ha dibujado su peor cara en Ciudad Juárez, sin duda alguna es una afrenta a la dignidad humana. De nada sirve una sociedad más globalizada que nos haga supuestamente más cercanos, porque hoy en día somos menos hermanos.

La estancia provisional del Instituto Nacional de Migración mexicano instalada en Ciudad Juárez, Chihuahua quedará marcada con el sello de una mentalidad xenófoba, de gente cerrada que trató a los migrantes como no valiosos, como menos importantes y menos humanos, y el respeto mínimo a éstos, se hizo cenizas en minutos, en segundos.

Ninguna autoridad de los tres niveles de gobierno -de México, de Estados Unidos-, ha regalado cercanía y tiempo a miles y miles de migrantes, así se han convertido en analfabetas para acompañar, cuidar y sostener a las más frágiles y débiles de nuestras sociedades supuestamente desarrolladas.

Las condolencias de uno y otro lado de la frontera, son huecas, palabras sin sentido para salir de este sistema migratorio inhumano, porque nunca, en la historia se ha dado una entrega sincera hacia los demás, hacia el rostro de quien migra.

Ojalá que tanto dolor no sea inútil, porque no es opción posible vivir indiferentes ante el dolor y la desesperanza. Los gobernantes necesitan mostrar mayor capacidad de acoger a otros, pero no con políticas públicas como las de hoy en día, porque éstas, las actuales, son un virus que muta de gobierno en gobierno y en lugar de desaparecer, están siempre al acecho del migrante.

Les falta, pues, altura moral para reconocer los derechos de todo ser humano, aunque haya nacido más allá de sus propias fronteras que mal gobiernan.

Sería infantil y ridículo esperar a que las clases políticas gobernantes den ese paso. Como ciudadanía debemos empujar nuevos procesos hasta lograr derechos sin fronteras, para que nadie, nunca más, sea maltratado y excluido, porque como personas tenemos una dignidad inalienable y no importa el lugar en que se ha nacido o si se busca vivir más allá de los límites de nuestros respectivos países.

Es posible anhelar y soñar en esos términos. Es posible porque quienes murieron y quienes hoy sufren esas muertes, así lo sintieron, por eso han migrado, y estamos obligados a corresponderles con altura de miras, respetando el derecho de todo ser humano de encontrarse para satisfacer sus necesidades y las de los suyos.

Una es la lección de esta desgracia y que va más allá de implementar programas disfrazados de asistencia social. No, la misión para con quien migra, es la de acogerle, protegerle, promoverle e integrarle. Pero, sobre todo, hacerlo con el corazón en las manos.

Sí, que la muerte de un migrante sirva para darle nueva vida.

Eso mismo ha venido pregonando por todo el mundo, el Papa Francisco; ha hecho suyas las palabras y la misión de Obispos que viven y acompañan las olas migrantes que algún día florecerán y trascenderán gobierno y fronteras tan inhumanas y escenarios vergonzosos y dolorosos como el de Ciudad Juárez.

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