Divagaciones de un elector desencantado
Por Rafael Cardona
Como lo quieras evocar no dejas de sentir una especie de rubor por aquello porque si bien venías de la gritería feliz –por el grito de Independencia–, en la Ciudad Universitaria aquella noche del 15 de septiembre de 1968 cuando el movimiento estudiantil usurpó las funciones del presidente de la República y en medio de la algarabía rebelde Heberto Castillo, en el nombre de todos (todavía no se decía de todas; mucho menos de todes), lanzó el ¡Viva México! de la rebeldía, y con ese antecedente y tu dicha compartida por sentir por primera vez la savia ciudadana en las venas jóvenes, todo se disculpaba, aunque mucho tiempo después fuiste a la urna por primera vez y pura madre si le ibas a dar un voto a Luis Echeverría o a los diputados del PRI o a los pusilánimes del PAN y no había más porque el PARM era un regalo para don Juan Barragán y el PPS una manga de vividores a la sombra de Lombardo, no; nada de nada y con plena conciencia de la inutilidad del desplante furibundo y rebelde tomaste el crayón y escribiste Octavio Paz a lo largo de la papeleta, como si trazaras el arco iris de la democracia, porque la renuncia del poeta a la embajada de la India te parecía un acto heroico de su parte y no había ninguna otra persona cuya actitud desde dentro del sistema al cual repudió en público, simbolizaba todo cuanto se decía en las calles de aquel 68 de tantas enseñanzas y tantos puntos de partida; es cierto, aunque luego ya hubo tiempo, en la vida adulta de conversarlo con él y escuchar sus posdatas y escuchar también a Gustavo Díaz Ordaz y hablar con Echeverría y con López Portillo y Miguel de la Madrid (mi jefe respetado) y Carlos Salinas y Ernesto Zedillo y Vicente Fox y Felipe Calderón y hasta Andrés López, de lo cual se podrá escribir en otra ocasión, pero de aquel tiempo descrito al principio a esta parte de la vida, cuántas cosas han ocurrido, cuantas ilusiones se han trozado y cuántos pensamientos y caminos han cambiado; ahora ya tienes canas, ya confirmas los vuelos de tus nietos, ya llevas muchas cicatrices dentro del cuerpo, sin contar las otras; ya no te cueces ni siquiera en hervores sucesivos, ni hay tampoco quien se pudiera interesar en esa cocción imposible pues ya has ganado años, tiempo, profesión, vivencias, viajes y no tienes tantas esperanzas como en aquellos años dichosos de la juventud cuando creías en cosas ahora ridículas mientras muchos de los ridículos de antaño se convirtieron en cosas habituales, pero –eso sí–, has ido a las urnas toda tu vida, como elector y también como observador, has visto cómo evolucionó el sistema electoral, conociste a todos los actores, a Chuayffet, a Manuel Bartlett a Mario Moya Palencia, a los secretario de Gobernación en dobles funciones ; viste desbaratarse la Comisión Nacional Electoral y estuviste por la mañana de aquel día con Oscar de Lassé cuando el sistema se vino abajo horas más tarde, también supiste de urnas rellenadas y de propaganda negra, de Colegios Electorales en la Cámara de Diputados con aguerridos tribunos capaces de defender lo indefendible y calificar lo incalificable, viviste los primeros días del Instituto Nacional Electoral y lo viste descender en calidad e imparcialidad desde los días profesionales de Woldenberg hasta la facha actual de la señora Taddei quien se disputa con ciudadanos libres la propiedad del color rosa, cuya marea has visto en tres ocasiones rebalsar las calles de esta ciudad durante los duros días del control absoluto ejercido por este presidente cuyo Zócalo en llamas –como lo viste también cuando el desafuero fallido–, fue protesta definitiva contra un fraude electoral existente nada más en su ardiente cabeza como si en ello le fuera el necesario pago por los favores recibidos; pero en fin, cada generación produce a sus clásicos y no se le puede pedir mucho tras la contaminación derivada del ejercicio político funesto de Morena, recipiente de todos los rencores y revanchas imaginables, y de todas las simulaciones moralinas, porque como dijo hace meses alguno de sus pensadores más connotados, ahora les toca mandar a quienes antes obedecían; lo cual sonaría bien si lo firmara Frantz Fanon, pero no cualquiera de estos iletrados callejeros expertos en bloqueos, marchas, manifestaciones y compra de votantes a través de insuficientes programas “sociales”, porque a esta edad ya no me va usted a decir el cuento chino del fin de la corrupción, porque hasta da risa cuando el Gran Timonel dice con todo y su pañuelito blanco, ya se acabó la corrupción y alza su brazo derecho y lo gira sobre la testa y dice, acá arriba; vamos bien, vamos requetebién, lo cual, es tan falso como los discursos de campaña de su elegida y la lectura cansina de su acordeón, pero no podemos vivir en otra parte y ya estamos acostumbrados a estas cantaletas falsas y transformadoras cuyo ensalmo, como por arte de magia y resistencia, nos comprueba la fuerza interna de este pueblo tristón y violento, capaz de inclinarse por ese sonsonete cuya tonalidad exaspera y desespera, pero ya vamos en el camino de la tolerancia, agua y ajo, decía el filósofo del futbol, quieto Nerón, no te calientes granizo, pero ahora cuando llegues a la urna, ya sabes tu responsabilidad, porque quizá sea esta la última ocasión en la cual, opines por un cambio en el Poder Ejecutivo de tu país, porque cuando venga el siguiente elegido, elegida o elegie, como vaya a suceder, serás un venerable anciano (quien sabe si lo primero pero obviamente sí, lo segundo), y nadie sabe si llegarás para rechazar con la dudosa –pero para ti inapelable–, autoridad de la senectud la continuación de este esperpento moreno cuya construcción empezará, obviamente el próximo tres de junio; porque en México el futurismo comienza al día siguiente de la elección cuyo ganador se sentará en la silla en octubre próximo, si no sucede algún aironazo como el de Nuevo León cuya fuerza eólica mató a tantas personas mientras el candidato de la cancioncita exhibía feliz sus zapatos, fosfo, fosfo.