El fantástico viaje de la jirafa
Rafael Cardona
Hace ya, muchos años, cuando Kate del Castillo era una joven promesa de la televisión y símbolo de un parque de diversiones, (no huésped del gran narcotraficante evadido de la acción justiciera), una orca dentro de un estanque portátil, cruzó con ella la ciudad, a dos mil metros sobre el nivel del mar, para iniciar un viaje por avión del Ajusco a las heladas aguas de Canadá para reunirse con las de su especie quienes no la conocían o de plano la repudiaron en su fatigada reinserción marina.
La ballena Keiko, prisionera del cautiverio, cuya domesticada ferocidad le servía sólo para saltar en pos de una sardina sostenida en el aire por una gentil domadora de alberca, vivió cautiva y hasta donde se sabe, siguió el ciclo de su vida en el mar helado.
Hoy los mexicanos vemos otro viaje extravagante y hasta cierto punto surrealista: una jirafa recorriendo el país, entre Paso del Norte (Ciudad Juárez) y la Puebla de los Ángeles.
La jirafa –no es tan indispensable decirlo–, es un enorme animal de cuello largo el cual –dijo Renato Leduc, casado con una pintora surrealista– puede ser peinado. Si usted no se explica el porqué de esta cita, mostraré algo importante con las fabulillas leduquianas.
“…Peinar el cuello a la jirafa implica
“Un riesgo grave, como el alpinismo:
“Subir… bajar, fuerte la testa y la pisada firme
“Desdeñando los trucos del abismo
“Y al fin, con esforzado corazón de atleta,
“Y magro equipo,
“Clavar las uñas en donde hace falta
“Que Dios es grande y la jirafa es alta…”
Pero más allá de estos divertimentos, la jirafa no sirve para nada, excepto para verla en su pequeña versión de peluche festivo, como triunfo político en la cámara de Diputados o para obsequiársela, entera, a una joven de enhiestas pestañas y promisoria carrera política.
La jirafa (Giraffa camelopardalis) como todos sabemos, es un mamífero artiodáctilo, de la familia Giraffidae, pero es bastante inocua. Y tiene cara con antenas, cual tristísimo camello.
No ofrece, como en aquel poema de Lugones, siquiera el espectáculo de las gacelas (“…Es la hora en que, hacia el vado, con nerviosas cautelas desciende el azorado trote de las gacelas…”), ni inspira imágenes de majestad o monarquía felina, como el león o el tigre…
Tampoco hace maromas estridentes como los saraguatos (es muda), ni tiene la inteligencia de los chimpancés o los gorilas, quienes bien uniformados y llenos de medallas pueden gobernar países latinoamericanos o de África.
No, la jirafa tiene en realidad un aprovechamiento muy escaso. Puede servir para una canción cuya lírica nos cuente los imposibles amores entre este enorme camélido con cuello de palmera y un sencillo mono a quien su amor no le alcanza para culminar el fruto de sus urgencias.
“…O te encoges tú o me estiro yo…
“…Subía para aquí bajaba para allá…”
Pero a veces sirven para otras cosas.
Gabriel García Márquez se ganó alguna vez la vida (precariamente, es cierto), con una columna llamada “La jirafa”, en “El Heraldo” de Barranquilla.
Cuando una de ellas se malogró tipográficamente, escribió otra sobre la peregrinación de una jirafa, con lo cual se anticipó por más de 72 años al viaje de Benito, sólo comparable con “El viaje del elefante”, de José Saramago.
Aun así, “hay jirafas malogradas que se burlan de su propia vaciedad”.
Pero la historia de este animal ha ocultado la picaresca de su origen y ha permitido las pugnas entre los partidos. También el fracaso de una candidatura.
Pero nada de eso importa ahora.
Hoy “Benito” es un animal de fama eterna, junto con “Judy” la elefanta acribillada junto a la Alameda de Santa María la Ribera hace años, o “Pajarito” el toro de lidia volador cuyos pitones recorrieron las barreras de la Plaza México, hace ya algunos años.