El ocaso reacio, la realidad recia
Por Rafael Cardona
El problema del presidente de la República en este fin de sexenio no es de ninguna manera la posibilidad de un viraje ideológico de su candidata ganadora y futura presidenta de la República. De ninguna manera.
La doctora C. Sh., es una devota comprobada del dogma obradorista traducido al lenguaje político-histórico de la Cuarta Transformación de la Vida Nacional, así este afán tan trascendente permanezca apenas en el discurso, la euforia celebratoria y la promesa sin fruto, porque como sucede en algunas religiones (iba a decir algunas otras religiones), no se ha cumplido. Tampoco ha llegado el Mesías; no ha regresado Quetzalcóatl ni se ha establecido el reino de Dios en la tierra.
No, el problema del señor presidente es la pérdida del espacio propio.
Cuando nos dice en un tono de notorio autoconvencimiento, no tanto de persuasión sobre su intención ermitaña y literaria de aislamiento selvático, en las lejanías tropicales de la frontera con Lacandonia, podemos pensar cualquier cosa, menos tomarlo en serio o creer en sus palabras. No sólo por su tendencia patológica a la mentira, sino porque no se advierte en su discurso ni siquiera un mínimo de articulación o coherencia.
Un día describe su futuro como algo cercano a la hosca ermita con la advertencia de no abrirle la puerta a nadie (excepto a su familia directa, quien sabe si a sus hermanos cómodos e incómodos, como Pío, por ejemplo), y al poco tiempo comenta sus auto concesiones viajeras.
Venir si la doctora, su presidenta (porque utiliza el posesivo propio de los militares cuando se dirigen a un superior, mi general mi comandante; entonces y él dice, mi presidenta), se lo solicita o si se presentara un extraño enemigo capaz de profanar con sus plantas el suelo patrio, cuya pureza el vendría a defender, quién sabe cómo, pues no se le conocen dotes bélicas ni estudios de artillería como a su héroe favorito (uno de tantos, hasta Villa y Catarino Garza), Don Felipe Ángeles, quien antes de tener nombre de aeropuerto, escribió todo un tratado de operación artillera mientras estudiaba en la hermosa y distante ciudad de París, cuando ni siquiera imaginaba su muerte frente al pelotón de fusilamiento en la Chihuahua de Francisco Villa.
Pero al poco tiempo regresa a la soledad y la describe junto con una obra histórica en preparación, porque ahora es historiador sin maestro, en tonos tan íntimos, casi monacales y habla de la naturaleza y las aves y los árboles, como para sentirse acongojado uno por el viaje definitivo del señor presidente, sin retorno posible a los escenarios de su gloria y su oficio político de agitar hasta el delirio a las masas descamisadas (como Evita, pues), tan lejos de su Zócalo tantas veces triunfante (ahora será de la doctora) y uno ya sin remedio, procede a imaginarlo con la mordedura amarga de la nostalgia del poder, porque a mí no me vengan con zarandajas seudodemocráticas, el poder –como todas las drogas y entre ellas es la más potente— produce un espantoso síndrome de abstinencia como no lo padeció el heroinómano Frankie Machine, el adicto tahúr de la célebre cinta de Otto Preminger, “El hombre del brazo de oro”, interpretado magistralmente por Frank Sinatra.
Pero eso del brazo de oro es imposible en la persona a cuya vida futura nos referimos, porque el oro y el becerro dorado, no se llevan con la Cuarta Transformación y se alejan de la austeridad republicana.
El caso es sencillo, pues.
El presidente anuncia y anuncia su rechazo a la influencia mientras influye todos los días. Hace promesa de ausencia, pero se lleva de acompañante a la señora candidata triunfante a todas sus giras (como Virgilio con Dante), y habla con ella y habla otra vez y vuelve a platicar y no se sabe la naturaleza de tan elevados paliques y confidencias, y por más seguridad, no lo sabremos nunca.
Y hasta le queda tiempo a su merced de referirse a sus asuntos familiares y para confirmar la solidez de su matrimonio y lo indeclinable de su amor (la mañanera como balcón de Verona) lanza mensajes a su esposa para refrendar cuánto la quiere (como si al pueblo bueno le incumbieran tan privados asuntos), y se muestra comprensivo porque ni ella ni su hijo menor, Jesús Ernesto vivan a cientos de kilómetros de la casa paterna, porque el joven ya cursa estudios preparatorios y como en Palenque no hay nada, como no sean vestigios arqueológicos y agua encharcada en los meandros del río, pues se quedan aquí, pero él irá y vendrá; vendrá y se volverá a ir, pero eso sí, ajeno a la siniestra costumbre de las fotografías a diestra y siniestra, solicitadas por cualquiera con un teléfono en la mano.
– ¿Y cómo le va a hacer si no quiere ir a sitios públicos ni aeropuertos civiles en tan sentimentales visitas conyugales?
–Ya veremos, es su enigmática y críptica respuesta. Yo sabré y he sabido siempre cómo librar el acoso.
Pero mientras todo eso sucede la señora candidata ganadora de las elecciones, nos da a conocer el tercer lote de su gabinete.
Rosa Icela irá a Gobernación, una secretaría desmantelada (ahora Bucareli tendrá “power point”) y de exiguo presupuesto; convertida en la vitrina de sucesivos floreros sin mayor oportunidad de algo como no sea poner el orden al pernicioso Instituto Nacional de Migración o supervisar la producción hebdomadaria de “La hora nacional”.
Para la secretaría de Seguridad la doctora ha dispuesto colocar a su candidato imposible, Omar García Harfuch, quien de seguro morirá de hastío (como pavorreal aburrido de luz en la tarde), porque le van a quitar la Guardia Nacional cuya administración y operación le corresponde por ley. Pero como la guardia se va a Lomas de Sotelo y será el nuevo secretario de la Defensa quien de ella se haga responsable, como un arma más de la SEDENA, sin militarizar lo castrense, es obvio, poco hará don Omar como no sean labores de información preventiva, tal si no existiera para eso el Centro Nacional de Inteligencia.
En fin, por inteligencia no padecemos sobre todo por los tiempos actuales, cuando es posible utilizar un simple “Chat GPT”, (General Pre Trained Transformer) o cualquier otra herramienta de la IA, para solucionar cualquier misterio de la vida moderna, incluyendo la utilidad de Gerardo Fernández Noroña o el acomodo de Arturo Zaldívar.
¿Y el gabinete?
Pues otro día. Podéis ir en paz, la página se ha terminado.