noviembre 23, 2024

Los pozos envenenados; la política también

Líneas arriba la comenté algo sobre los nuevos hábitos del señor sustituto, don Martí quien se beneficia del “nepotismo alimentario”. Casi todos los días cruza la calle y se va a comer al refectorio de los ministros de la Corte, donde dicen, se come con manteca.

Por Rafael Cardona

—“…Padre, ¿cómo puede usted creer en semejante sandez? Se trata de una superchería tan vieja como el mundo…”

Fernando Benítez

No es la velocidad una característica de la Cuarta Transformación. Tampoco la eficacia.

Sus demoras, chambonadas, distales, escapes de una realidad negada o simplemente ineptitud o desinterés irresponsable, no se resuelven; se mal explican a través del único recurso de su magisterio: el rollo, la verborrea infecunda, la distracción de los ciudadano y cuando es necesario (casi siempre), la condena al pasado y la narcisa comparación con el tiempo anterior, de la cual siempre se sale victorioso, para rematar con la eterna frase vacía: no somos iguales.

Pues no. Iguales ni los gemelos.

En 1961 Fernando Benítez (hermanito), editó “El agua envenenada”. Alguien se lo debería dar a leer a Martí Batres, jefe sustituto de gobierno de la CDMX de quien al final de estas líneas le contaré una breve recurrencia en sus hábitos recientes. Pero luego.

Dice Benítez:

“…EL PADRE SUÁREZ, uno de mis vicarios, se presentó en el claustro a las 11.

—Señor cura —me dijo—, las cosas no marchan bien allá fuera. Corre el rumor de que el agua ha sido envenenada.

“Cerré el breviario y procuré darle a mi respuesta una intención sarcástica:

—Padre, ¿cómo puede usted creer en semejante sandez? Se trata de una superchería tan vieja como el mundo.

—Sin embargo —insistió el padre mostrando desconcierto—, la gente está excitada.

—Es el calor el que provoca estos malos pensamientos. No se alarme por una nadería.

“El padre regresó una media hora más tarde. Su alta y esbelta figura aguardaba junto a la puerta y al pasar a su lado, cerré de golpe el breviario y le disparé una nueva saeta:

—Así es.

—Bien, ¿y qué pasa ahora?

—Tres gentes se han envenenado por beber agua y hay un motín frente al Ayuntamiento.

— ¿Y qué podemos hacer nosotros? No somos las autoridades sanitarias.

—Es verdad —asintió el padre bajando su cabeza que mostraba ya algunas canas y disponiéndose a regresar.

—No se vaya —le dije tomándolo por un brazo—. ¿Sabe lo que pensaba cuando vino con esa historia? En el agua.

— ¿El agua envenenada?

—No, no pensaba en esa agua, sino en el agua bendecida por nosotros el sábado, en esa agua devuelta a sus orígenes, que según parece el demonio ha ensuciado de nuevo.

—Yo tampoco creo en el agua envenenada.

—Tengamos calma. Vaya usted a la plaza, averigüe la naturaleza de ese rumor, y si nosotros podemos calmar los ánimos, comuníquemelo en el acto.

“Un hombre apareció en lo alto de la escalera y exclamó sofocado:

—Señor cura, han comenzado los tiros…”.

Aquí no han comenzado los tiros ni será linchado cacique alguno. El agua envenenada fue detectada hace casi dos semanas y lo más parecido al clásico libro de Fernando, es la negación inicial.

0—Segunda parte del folletón El agua envenenada, ¿no es así?, dice la novela, pero también la voz del jefe de gobierno quien nos dispara cada día una nueva versión de las cosas, seguramente porque o no conoce no le conviene informar con exactitud de dónde viene el agua contaminada, por qué se ensució y cuáles son las consecuencias, y mucho menos cuáles pueden ser los remedios inmediatos, porque esto no puede esperar hasta después de las elecciones de junio.

“… (La contaminación antes negada) No se originó en el Cutzamala, no se originó en el tanque de Santa Lucía, no se originó en los pozos que se encuentran en esta zona de Benito Juárez; entonces, el punto de origen está delimitado en una zona delimitada del poniente de la demarcación. (…)

“De acuerdo a (con) los análisis que se han estado haciendo por parte del Sistema de Aguas, al parecer la sustancia a la que se refieren los diversos reportes de esta zona de la Alcaldía Benito Juárez pertenece, se refiere a algo que pertenece a la familia de los aceites y los lubricantes; hasta ahí van los análisis que se van a seguir desarrollando…”

Pero obviamente las cosas van a cambiar. Muy radicalmente porque cuando la autoridad no escucha la voz de abajo, casi siempre atiende la voz de arriba. Y como si se tratara de la palabra del señor, el señor ya ha hablado del asunto y ha dicho todo cuanto los demás se rehúsan a decir, especialmente el sonriente jefe de gobierno, cuya biblioteca (si la tuviera), debería incluir libros de Borges, siquiera para recordar esta frase (Ficciones) del cuento “Sur”:

“…Ciego a las culpas, el destino puede ser despiadado con las mínimas distracciones…”.

Pero de esta manera, le han corregido la plana:

“…Hemos intensificado nuestras acciones para abordar la preocupante situación ambiental en la alcaldía Benito Juárez y para garantizar la seguridad de nuestras instalaciones subterráneas de Pemex”.

Este párrafo destruye las palabras ocultas de Martí Batres: la posibilidad de un robo de combustibles, con errores y defectos por los cuales se contaminaron pozos, mantos y quién sabe si otras instalaciones desconocidas para el público. Y también aclara la razón por la cual se plantaron soldados y Guardias Nacionales para algo tan simple como cerrar el pozo Alfonso XIII.

“Garantizar la seguridad de nuestras instalaciones subterráneas de Pemex…”.

Pero no es suficiente:

“…Lo primero en estos casos es la protección a la población civil, que no vaya a presentarse una explosión por el (lo) que haya en el drenaje con estos pozos, por hidrocarburos, eso es lo primero. Cuidar que no sea un asunto trágico de más gravedad…”.

¿Más gravedad? Ese superlativo reconoce la grave condición actual. Y le debería ensañar al gobierno de la ciudad, cómo siempre se fracasa cuando se acude a la displicencia. No pasa nada, pero un día pasa, como sucede ahora.

Líneas arriba la comenté algo sobre los nuevos hábitos del señor sustituto, don Martí quien se beneficia del “nepotismo alimentario”. Casi todos los días cruza la calle y se va a comer al refectorio de los ministros de la Corte, donde dicen, se come con manteca. Y mantel de lino. Mejor mover el bigote, como decía Don Regino Burrón, en la Corte y no seguir con los tacos de canasta o las tortas de la Nuevo León.

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